Un día Patricio, el tigre, despertó con un pequeño bebé entre sus brazos, “¡qué raro!”, se dijo, “¿qué voy a hacer con este bebecito?” Pensó y pensó, pero no se le ocurrió nada… “Bueno, por lo pronto le pondré un nombre”, se dijo y lo llamó Pato-bebé. El bebé era de un rojo intenso, dolía mirarlo de lo mucho que brillaba, por lo que lo guardó en el closet para no tener que verlo más; después le pareció una medida radical y muy cruel, así que tomó prestadas las gafas de sol de su hermano mayor para colocárselas cuando estuviera cerca de él.
Pato-bebé nunca dejaba de llorar y quejarse, parecía tenerle miedo a todo; Patricio, el tigre, pensó que era un bebé extraño, pues los bebés no le tienen miedo a todo. Era en verdad un bebé fastidioso, por lo que lo metió en el cajón de su escritorio para no escucharlo más; después le pareció una medida radical y muy cruel, así que tomó prestada la radio de pilas de su abuelito para ponerle canciones que lo tranquilizaran.
De tanto que lloraba, al pequeño bebé rojo le colgaban mocos de la nariz y se los limpiaba con las manos que luego pasaba por las cortinas, las cobijas y hasta las paredes. En verdad que era desagradable ese bebé. Patricio, el tigre, decidió que no quería toparse más con sus mocos y lo metió en la canasta de la ropa sucia; después le pareció una medida radical y muy cruel, así que tomó prestados los pañitos húmedos de su mamá para limpiarle la nariz con delicadeza.
Sí que era molesto este bebé, de tanto miedo que sentía su vejiga no le funcionaba bien y orinaba todo el tiempo, sin parar. Patricio, el tigre, decidió que no quería limpiar más sus orines y lo metió en la ducha; después le pareció una medida radical y muy cruel, así que tomó prestada la bacinilla de su hermana menor para enseñársela a usar.
Patricio, el tigre, se sentía desesperado, apenas resolvía un problema, surgía otro y otro y otro más. Se la pasó el día entero limpiando mocos, lavando cortinas, trapeando el piso y un sin número de tareas increíblemente aburridas que hacen los adultos, jamás los niños.
“¡Jamás los niños!” se decía una y otra vez y con cada repetición se enojaba más y más. Realmente estaba cansado de cuidar al pequeño, extraño, raro, asustadizo, llorón, mión y mocoso bebé rojo. Por lo que ya no quiso verlo, ni olerlo, ni escucharlo nunca jamás; así que cerró sus ojos y deseó con todo su corazón que Pato-bebé se desvaneciera de repente, tal como había aparecido, después le pareció una medida radical y muy cruel, y decidió tomar prestado… Buscó en toda la casa, sin encontrar lo que buscaba.
Patricio, el tigre, sigue buscando todavía, y no sabe muy bien que necesita. Me dan unas ganas de soplarle al oído que lo busca es… pero la verdad yo tampoco lo sé y mi soplo infructuoso solo lo dañaría; le quitaría la oportunidad de que su búsqueda lo engrandezca, ensanche su corazón y lo haga compadecerse del bebecito rojo. Eso sí, creo que va por buen camino, un niño menos consciente viviría con el corazón y los ojos apretados deseando por siempre y para siempre no tener que hacerse cargo.
Reflexión
Esta es una historia sobre la búsqueda de la perfección y la peor de sus consecuencias: el rechazo de sí mismo. Muchos niños y niñas tienen características personales que les es difícil aceptar, pequeños pedazos que prefieren ignorar porque no les caen bien, son mocosos, miedosos, se quejan mucho y los hacen sentirse vulnerables. El protagonista del cuento lo tenía clarísimo: él era un tigre valiente, simpático y autónomo, hasta que aparecía el pequeño bebé rojo y lo complicaba todo.
“Crece, crece, crece, no seas un bebé”, le habían repetido de muchas formas los adultos con las mejores intenciones, sin lograr la conducta esperada y el mensaje se había distorsionado a tal punto, que el niño sólo sabía que había algo que no funcionaba bien en él, una tuerca que no encajaba, un bebé que le resultaba angustiante no saber dónde poner.
A los niños y los adultos empeñados en la incesante búsqueda de la perfección, les es fácil entender el anhelo de Patricio, el tigre, por deshacerse del bebé, así sea a costa de una enorme crueldad, porque para un perfeccionista no hay crítico más severo, brutal e injusto que sí mismo. Los perfeccionistas se dirán las cosas más terribles si no sacan 10; revivirán con intensa frustración el día que olvidaron una palabra entre cien mil; pensaran y pensaran que hubiera pasado si hubieran hecho A y no B.
Sin embargo, había una claridad que tenía Patricio que a muchos otros se les ha extraviado y es saberse víctima de sí mismo. Sólo el que vislumbra las consecuencias de su severidad, tiene un ápice de reflexión y es capaz eventualmente de ser compasivo consigo mismo. En la compasión se sana y eventualmente se crece; aquel que quiere esconder o es un tirano con las partes de sí que de alguna manera aprendió que no sirven, no puede crecer, se queda pequeñito, tratando de mostrarse siempre como un adulto independiente, fuerte y capaz. Pero, parte de ser adulto, es reconocerse imperfecto pues esto facilita hacerse cargo de los errores, buscar ayuda, perseverar y gestionar adecuadamente las propias estrategias y cualidades.
Una alta autoexigencia suele ser reflejo de lo exigido en el contexto social por padres, maestros y otras personas significativas, y así como los contextos varían, también lo hacen las exigencias. La perfección es cuestión de perspectiva, se mide contra una norma, un estándar externo que es construido y cuya enseñanza toma diferentes matices: a veces, se transmite abiertamente a través de órdenes, instrucciones, castigos y recompensas; y otras veces, sutilmente como cuando decimos “siempre tienes que ser amable”, nos mostramos muy preocupado ante una falta cometida o damos mucho reconocimiento a los logros académicos, descuidando otros de tipo social, deportivo o lúdico.
Más que criar en medio de estándares, deberíamos hacerlo en medio de la aceptación de las vulnerabilidades y la compasión, brindando alternativas de acción ante una falta, acogiendo la vergüenza y la culpa. Ayuda reflexionar en torno a cómo disculparse, qué hacer la próxima vez, cómo reparar la falta y qué se aprendió de esta situación.
Por último, quiero recalcar que lo humano sólo se engendra en lo humano, y como tal no puede ser enseñado por súper mamás y súper papás… Y qué tal si hoy haces una lista de todos tus terribles defectos y decides con la ayuda de alguien que te quiere, ¿Cuál te hace humano y cuál extraterrestre?